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lunes, 13 de mayo de 2013

A R M A D O S

     En el barullo y caos que siguió al asalto a los supermercados apenas tuvo lugar la noticia, porque tampoco era importante. Del robo desmesurado, en distintos puntos de la geografía española, de tubos de cobre.  Robaron varios miles de metros de tubo de cobre. Pero también desaparecieron de diversas fabricas de madera tacos de madera maciza, y también, y esto sí alarmó a las fuerzas de seguridad, desaparecieron en distintos cuarteles (fue lo que más alarmó, eso: distintos cuarteles; era la voz susurrante de un movimiento organizado) partidas, cajas, de balas de fusil. El número era algo desconocido, pero no era una tontería.
     El robo quedó ahí, y de hecho, no trascendió porque había ocurrido hacía un mes, casi dos, antes de los secuestros, antes del saqueo y el sitio.
        
     Y todo quedó ahí. No era importante: tubos de cobre, madera, hierro, balas (bueno las balas tal vez se vendieron en el mercado de armas), no había más.
   
     Tras los saqueos el ejército disparó al aire con fuego real y empezó las partidas de vigilancia y patrulla por las ciudades más grandes. Detenciones militares, incautación de cualquier cosa sospechosa, y finalmente, era inevitable, heridos de bala en refriegas. 

     Con esos primeros heridos aparecieron los telediarios. En la televisión pública no, fueron capaces de silenciar la noticia a la espera de ver cómo la manipulaban o distorsionaban. En las otras cadenas, bajo su propia consigna, sí que apareció EL VÍDEO. 

EL VÍDEO era un archivo distribuido desde un servidor que iba a otro y a otro, rastro ilocalizable, no se podía seguir. Y mostraba que uniendo cobre, madera y balas el resultado es más que lógico.
EL VÍDEO era una respuesta a esas intervenciones del ejército, y era éste:

     

sábado, 4 de mayo de 2013

DÍA -2: SITIO Y SAQUEO



     Al día siguiente la noticia de los policías retenidos en sus casas sacudía tanto a la ciudad, al país, que hubo otro suceso que no conseguía hacerse hueco. Hasta que reventó con su imagen final lo que estaba pasando. 


     Desde temprano se había empezado a difundir, primero en la policía local, de ahí al ayuntamiento y a algunas radios locales que lo difundieron parcamente, ocupadas con los secuestros. Habían desaparecido muchos contenedores de basuras, muchísimos, como casi un millar. Hacia las nueve o así, cuando se resolvía el misterio de los policías que no habían aparecido y empezaban a detener a los familiares, a los hijos de estos, algunos menores de edad, para proceder a interrogarlos; todo era un verdadero bullicio de noticias, opiniones e interpretaciones. La prensa, la radio, la tele, la web, estaban frenéticas. Y poco a poco, como se abre el relleno de un pavo ante el exceso de cocción, se fue abriendo paso entre este maremágnum la noticia de que Madrid entera estaba cortada. Las principales carreteras radiales de acceso a la ciudad, los cinturones, e incluso algunas avenidas en sus extremos, habían sido taponados con contenedores de basuras. Estos habían sido arrojados allí en plena mañana por camiones del servicio de recogida, y un grupo de hombres en monos, con lanzas térmicas, habían soldado los hierros de los contenedores formando una estructura sólida de plástico, metal, basura y un líquido viscoso que empezaba a correr por las calles de Madrid. Diez minutos después Madrid era un auténtico caos.  Se llamaron a los bomberos, lo que permitió que ocurriera lo siguiente: de los camiones que acudieron a distintos puntos (bomberos de las ciudades adyacentes a Madrid, de los distintos distritos) para cortar y mover los contenedores abriendo el paso a la circulación, como una docena, puede que algunos más, se dirigieron por su cuenta a las zonas cercanas al congreso, conectaron sus bombas a bocas de emergencia, y empezaron a bombear a la máxima presión agua a la calle. Había por allí también, nadie se había percatado, dos o tres cisternas de limpieza municipal que vertieron una sustancia jabonosa sobre el asfalto. Esta sustancia, al contacto con el agua, empezó a formar una espuma copiosa, blanca, densa y pegajosa, que en poco tiempo se levantó casi tres metros y avanzó por toda la avenida del congreso, impregnando las vallas, las lecheras, algún policía rezagado, etc… Enteramente, parecía que todo el barrio político estaba siendo untado con nata blanca.



    Desde el congreso pensaron que iba éste a ser tomado, y llamaron al ejército para que la unidad repartida por Madrid se presentara allí. El pánico cundió en serio entre sus señorías cuando fueron informados de que prácticamente ningún vehículo podía acercarse porque Madrid estaba incomunicado, y además las calles inmediatas al congreso eran un río de espuma intransitable. Los camiones de bomberos fueron abandonados en funcionamiento y las cisternas, una vez vaciadas, avanzaron hasta el principio de la avenida, se colocaron frente a frente, pegadas, y bloquearon en un segundo punto el acceso al congreso.

         Nada se sabía, y a esa hora la noticia de los policías era una línea más. En algunos medios extranjeros, la CNN entre ellos, empezó a decirse que Madrid estaba siendo sitiado. Pero, ¿sitiado por quién?



        Hacia la una o así, no se sabe bien, el servicio de información policial detectó un movimiento extraño en Twitter. Una patrulla de varios coches de policía acudió a toda leche al lugar, la calle. Debido a los cortes, los atascos, y el retraso en enterarse, ordenar a la patrulla que acudiera y presentarse allí, llegaron tarde. Había un supermercado en esa calle, un centro de una famosa marca, con un rincón del gourmet y un súper. Fuera en la acera, los policías vieron a algunos vigilantes de seguridad en el suelo. Estaban atados. Los cristales de las puertas estaban algunos rotos. Parecía un saqueo.

-       ¿Qué se han llevado – preguntó un sargento al que parecía un encargado, una vez dentro.

-       Nada, no se han llevado nada –

El sargento miró atónito a las estanterías, la mayoría estaban vacías, restos por todas partes de embalajes, de recipientes, bandejas de corcho, tetra-bricks de todo tipo, cáscaras, latas dobladas, bolsas reventadas, cartones abiertos formando una alfombra marrón sobre el suelo. Y migas, una playa de migas, restos de líquido formando un charco multicolor aquí y allá, charcos que eran un dibujo infantil improvisado. El sargento pateo el suelo y se movieron huesos de ave, semillas, papeles arrugados que formaban bolas duras.

-          No lo entiendo, ¿qué ha pasado aquí? – preguntó al encargado. Este se revolvía el poco pelo que le quedaba en su calva cabeza.

-          Entraron de golpe, como un río, algunos nos agarraron a nosotros, a los vigilantes, a todos. Entraban y entraban. Al poco se oía un ensordecedor ruido y entonces empezaron a comérselo todo. No cogieron nada para llevárselo, se lo comieron y bebieron todo, absolutamente todo, aquí.

-          Pero ¿cómo es posible? ¿cuánta gente entro? –

-          No puedo decírselo – contestó el hombre. Tenía un brazo de la chaqueta verde arrancado.

-          Un número aproximado…¿cien?, ¿más?

-          No, no, qué va. Mínimo mil, puede que dos o tres mil, ni idea. No cabían, entraban, comían y se iban, y otros los reemplazaban. Gastaron hasta las servilletas.

Muchas cosas no habían sido ni tocadas: los paquetes de arroz, pasta, harina, etc…todo aquello que no podía consumirse de inmediato. Pero habían elegido bien, pues la zona gourmet estaba siempre llena de cosas listas para comer, y éstas, habían sido todas comidas. Incluso habían utilizado cuchillos del propio supermercado para cortar jamones, salchichones, chorizos, cañas de lomo, queso, etc…

-      Muchos se comieron las doradas, el atún y el salmón, crudos, sin más que algo de sal, aceite y soja. Es sushi, no lo ves? Me dijeron riéndose de mi cara de asco.

El sargento sintió un temblor recorriéndole la espina dorsal. Miró los pasillos, dando un paseo absurdo, sin saber qué hacer. En uno de ellos se encontró a tres policías apurando una caja de galletas.
     Mientras, algunos supermercados más se convertían en otro buffet libre improvisado. Según afirmaron algunos policías la gente no surgía en grupo de un punto concreto, sino que llegaban de todas partes y formaban la multitud justo en la puerta. Luego, cuando  salían, volvían a dispersarse por separado, cada uno por el lugar que había venido. Lo mismo empezaba a ocurrir en grandes capitales. Pasadas las horas se sabría que más de un centenar de supermercados habían pasado a ser, por un día, comedores gratuitos en una suerte de happening extraño y terrorífico a la vez.

jueves, 2 de mayo de 2013

DÍA -3: LOS SECUESTROS.




       El comienzo de la revolución. Desapariciones misteriosas de policías y un dibujo.


     Estos días han sido primero de crispación creciente, con un murmullo irritante después. Luego, ayer y antes de ayer, un tenso silencio, amaneció en Madrid y parecía que hasta los gatos habían abandonado el barco, conscientes de alguna extraña forma del Tsunami que se les iba a echar encima.


   El caso es que el anillo policial en torno al congreso, perpetuamente instalado allí, ya ni siquiera es – esta tarde – asequible a la vista de cualquier ciudadano. La cabalgata itinerante de estos meses, esa “lecheras” de azul agrupadas que hacían sus líneas fijas y aveces variaban repentinamente el recorrido ante una posible “quedada”, o bien si se convocaba un “escrache”, todo eso, había quedado convertido repentinamente en un núcleo duro y ya enquistado, con su correspondiente flujo sanguíneo. Ahora, la ciudad estaba, y aún me resulta inverosímil al escribirle, tomada por un efectivo del ejército.



     Temprano, esta mañana, saltaron en todos los informativos, primero cómo no en redes sociales, el Twitter reventó como una granada cocida. La noticia era ya a media mañana lo único que había para comer, para respirar, lo único que podía oírse.


    Temprano, esta mañana, un furgón policial torció por una avenida menor y poco transitada y estacionó en doble fila. Bajaron del vehículo, según testigos, algo más de una docena de policías antidisturbios y recorrieron la acera hasta la esquina, donde una pareja de policías controlaba la zona e informaba de posibles movimientos a la central. Los rodearon y ante una negativa espontánea de uno de ellos los redujeron. Uno iba bien, el otro, el protestón, no tanto. Se los llevaron al furgón, lo pusieron en marcha y desaparecieron. Según parece repitieron la operación cuatro veces, formando los vértices de un cuadrado casi perfecto que tiene como centro no el congreso ni Génova ni mucho menos Moncloa o algo así. El centro de ese cuadrado, es lo último que ha llegado desde un informativo, es Sol, la Plaza del Sol. Tres días antes del 15-M, un grupo, haciéndose pasar por un furgón de antidisturbios – si es que no lo son realmente, si es que realmente no son policías que se sublevaron, no se sabe nada – ha reducido y secuestrado a ocho policías nacionales, y no se sabe nada de ellos.




        A las seis estaba convocada una rueda de prensa y los medios, incluyendo muchas televisiones y corresponsales extranjeros, corrieron en una carrera de la milla improvisada, desde la valla de control hasta la sala de prensa. El ministro apareció y empezaron las primeras frases, luego inició un manido discurso de amenaza, apelación a la democracia y mano dura en pro de los derechos constitucionales y la seguridad. De pronto, un asesor se acercó y le sopló en la oreja, como un viejo enamorado que regaña a su pareja, pero no era el caso. El ministro entonces se puso pálido y  carraspeó, sin saber qué decir. 


-        - Lamento tener que interrumpir esta rueda de prensa, señores. Acaban de notificarme que han secuestrado a otros ocho policías.


  Un vocerío se extendió por la sala mientras el ministro desaparecía. Eran las seis, y no lo sabíamos nadie aún, pero retenes policiales por millares venían desde distintos puntos en dirección a Madrid. No lo sabíamos nadie, pero como una respuesta a esa demostración de fuerza, a las ocho desaparecieron otros ocho policías.




  Ya de noche por las redes sociales se había extendido la información de que los ocho policías de la tarde formaban un cuadrado menor, circunscribiendo la plaza del Sol. Y los ocho secuestrados después (y ya iban 24, 24 policías secuestrados),  formaban un punto en cada una de las carreteras principales de acceso a Madrid. El dibujo final eran cuatro puntos rojos en los accesos a Madrid, y luego, dos cuadrados concéntricos con la plaza de Sol. No hizo falta más.

Pero, ¿qué había pasado? ¿dónde estaban esos policías? ¿quién los había secuestrado?

Primero se barajó que era una revuelta dentro de la misma policía, y cundió el pánico. De ahí la intervención del ejército. Luego aparecieron todo tipo de posibilidades: grupos armados aislados, tal vez el GRAPO, tal vez un grupo organizado antisistema...


Y luego amaneció, y explotó como una bomba la noticia de que a su habitual puesto de trabajo, a su comisaría, a su furgón, no habían acudido unos 300 policías. 
El impacto de la noticia era brutal, parecía que con cada nuevo golpe se aceleraba el corazón de toda la ciudad, oscilando entre el miedo, la expectación y el pálpito de que algo estaba pasando.

Luego empezaron a llover las noticias. Los policías que no habían acudido aquella mañana estaban casi todos en sus casas, retenidos contra su voluntad algunos, otros - los menos - convencidos por sus hijos o sus mujeres. Las detenciones se fueron sucediendo y a media mañana del día siguiente había como unos cuatrocientos detenidos, todos hijos, mujeres y familiares de los propios secuestrados sin excepción. El estado tuvo que presentar las denuncias porque los policías no querían hacerlo. Y estos, a su vez, para dar ejemplo, fueron expedientados todos.

 

Claro que a media mañana todo aquello, por muy increíble que pueda parecer así, al contarlo, había pasado a un segundo plano. Los acontecimientos seguía su curso, y todo empezaba a desplomarse.     

 
 (CONTINUARÁ)