Al día siguiente la noticia de los policías retenidos en sus
casas sacudía tanto a la ciudad, al país, que hubo otro suceso que no conseguía
hacerse hueco. Hasta que reventó con su imagen final lo que estaba pasando.
Desde temprano se había empezado a difundir, primero en la policía local, de
ahí al ayuntamiento y a algunas radios locales que lo difundieron parcamente,
ocupadas con los secuestros. Habían desaparecido muchos contenedores de
basuras, muchísimos, como casi un millar. Hacia las nueve o así, cuando se resolvía
el misterio de los policías que no habían aparecido y empezaban a detener a los
familiares, a los hijos de estos, algunos menores de edad, para proceder a
interrogarlos; todo era un verdadero bullicio de noticias, opiniones e
interpretaciones. La prensa, la radio, la tele, la web, estaban frenéticas. Y
poco a poco, como se abre el relleno de un pavo ante el exceso de cocción, se
fue abriendo paso entre este maremágnum la noticia de que Madrid entera estaba
cortada. Las principales carreteras radiales de acceso a la ciudad, los
cinturones, e incluso algunas avenidas en sus extremos, habían sido taponados
con contenedores de basuras. Estos habían sido arrojados allí en plena mañana
por camiones del servicio de recogida, y un grupo de hombres en monos, con
lanzas térmicas, habían soldado los hierros de los contenedores formando una
estructura sólida de plástico, metal, basura y un líquido viscoso que empezaba
a correr por las calles de Madrid. Diez minutos después Madrid era un auténtico
caos. Se llamaron a los bomberos, lo que
permitió que ocurriera lo siguiente: de los camiones que acudieron a distintos
puntos (bomberos de las ciudades adyacentes a Madrid, de los distintos
distritos) para cortar y mover los contenedores abriendo el paso a la
circulación, como una docena, puede que algunos más, se dirigieron por su
cuenta a las zonas cercanas al congreso, conectaron sus bombas a bocas de emergencia,
y empezaron a bombear a la máxima presión agua a la calle. Había por allí
también, nadie se había percatado, dos o tres cisternas de limpieza municipal
que vertieron una sustancia jabonosa sobre el asfalto. Esta sustancia, al
contacto con el agua, empezó a formar una espuma copiosa, blanca, densa y
pegajosa, que en poco tiempo se levantó casi tres metros y avanzó por toda la
avenida del congreso, impregnando las vallas, las lecheras, algún policía
rezagado, etc… Enteramente, parecía que todo el barrio político estaba siendo
untado con nata blanca.
Desde
el congreso pensaron que iba éste a ser tomado, y llamaron al ejército para que
la unidad repartida por Madrid se presentara allí. El pánico cundió en serio
entre sus señorías cuando fueron informados de que prácticamente ningún
vehículo podía acercarse porque Madrid estaba incomunicado, y además las calles
inmediatas al congreso eran un río de espuma intransitable. Los camiones de
bomberos fueron abandonados en funcionamiento y las cisternas, una vez
vaciadas, avanzaron hasta el principio de la avenida, se colocaron frente a
frente, pegadas, y bloquearon en un segundo punto el acceso al congreso.
Nada se
sabía, y a esa hora la noticia de los policías era una línea más. En algunos
medios extranjeros, la CNN entre ellos, empezó a decirse que Madrid estaba
siendo sitiado. Pero, ¿sitiado por quién?
Hacia
la una o así, no se sabe bien, el servicio de información policial detectó un
movimiento extraño en Twitter. Una patrulla de varios coches de policía acudió
a toda leche al lugar, la calle. Debido a los cortes, los atascos, y el retraso
en enterarse, ordenar a la patrulla que acudiera y presentarse allí, llegaron
tarde. Había un supermercado en esa calle, un centro de una famosa marca, con
un rincón del gourmet y un súper. Fuera en la acera, los policías vieron a
algunos vigilantes de seguridad en el suelo. Estaban atados. Los cristales de
las puertas estaban algunos rotos. Parecía un saqueo.
-
¿Qué se han llevado – preguntó un sargento al
que parecía un encargado, una vez dentro.
-
Nada, no se han llevado nada –
El sargento miró atónito a las
estanterías, la mayoría estaban vacías, restos por todas partes de embalajes,
de recipientes, bandejas de corcho, tetra-bricks de todo tipo, cáscaras, latas
dobladas, bolsas reventadas, cartones abiertos formando una alfombra marrón
sobre el suelo. Y migas, una playa de migas, restos de líquido formando un
charco multicolor aquí y allá, charcos que eran un dibujo infantil improvisado.
El sargento pateo el suelo y se movieron huesos de ave, semillas, papeles
arrugados que formaban bolas duras.
-
No lo entiendo, ¿qué ha pasado aquí? – preguntó
al encargado. Este se revolvía el poco pelo que le quedaba en su calva cabeza.
-
Entraron de golpe, como un río, algunos nos agarraron
a nosotros, a los vigilantes, a todos. Entraban y entraban. Al poco se oía un
ensordecedor ruido y entonces empezaron a comérselo todo. No cogieron nada para
llevárselo, se lo comieron y bebieron todo, absolutamente todo, aquí.
-
Pero ¿cómo es posible? ¿cuánta gente entro? –
-
No puedo decírselo – contestó el hombre. Tenía
un brazo de la chaqueta verde arrancado.
-
Un número aproximado…¿cien?, ¿más?
-
No, no, qué va. Mínimo mil, puede que dos o tres
mil, ni idea. No cabían, entraban, comían y se iban, y otros los reemplazaban.
Gastaron hasta las servilletas.
Muchas cosas no habían sido ni
tocadas: los paquetes de arroz, pasta, harina, etc…todo aquello que no podía
consumirse de inmediato. Pero habían elegido bien, pues la zona gourmet estaba
siempre llena de cosas listas para comer, y éstas, habían sido todas comidas.
Incluso habían utilizado cuchillos del propio supermercado para cortar jamones,
salchichones, chorizos, cañas de lomo, queso, etc…
- Muchos
se comieron las doradas, el atún y el salmón, crudos, sin más que algo de sal,
aceite y soja. Es sushi, no lo ves? Me dijeron riéndose de mi cara de asco.
El sargento
sintió un temblor recorriéndole la espina dorsal. Miró los pasillos, dando un
paseo absurdo, sin saber qué hacer. En uno de ellos se encontró a tres policías
apurando una caja de galletas.
Mientras,
algunos supermercados más se convertían en otro buffet libre improvisado. Según
afirmaron algunos policías la gente no surgía en grupo de un punto concreto,
sino que llegaban de todas partes y formaban la multitud justo en la puerta.
Luego, cuando salían, volvían a
dispersarse por separado, cada uno por el lugar que había venido. Lo mismo
empezaba a ocurrir en grandes capitales. Pasadas las horas se sabría que más de
un centenar de supermercados habían pasado a ser, por un día, comedores
gratuitos en una suerte de happening extraño y terrorífico a la vez.